Los nuevos tiempos han traído a los mercados la primera reinvención de estas siglas: el DS3, un modelo que, aunque parte de la misma plataforma que el urbano C3, deja la impronta de su personalidad con un diseño muy afortunado que tiene un gran poder de atracción en las miradas, sobre todo del público femenino, que, reconoce, se encandila con la arquitectura de este coche.
La marca francesa, que anuncia derivaciones DS del C4 y del C5, ha encontrado con el DS3 una réplica poderosa a ese nicho abierto con modelos urbanos exclusivos como el Fiat 500, el Mini o el Alfa Romeo MiTo, auténticos referentes de la atracción por el sentido de la vista.
Pero la vista, que es el elemento determinante de conquista, no es el factor único. Coger este DS3 compensa sobradamente otras sensaciones de conducción muy agradables, incluso entre una clientela madura y educada en lo variopinto de este mundo, al margen de estéticas sexistas. El Citroen DS3 tiene un indudable punto de partida coincidente en forma con el Citroen C3, pero en la detenida mirada del coche hay distinciones exclusivas que convencen totalmente de su acotamiento como serie especial.
Para empezar se pueden hacer hasta 38 combinaciones de colores de carrocería y de techo y añadir distintos cromatismos de salpicaderos, llantas, salpicadero y pomos de palanca; vamos, que a poco que se afine, uno puede tener un coche único, perfectamente personalizado.
Hecha esta premisa, los trazados constantes del coche en la delantera reciben muchos elementos comunes con el C3, pero una iluminación diurna LED en los spoilers y unos retrovisores cromados le imprimen una carácter especial y llamativo.
Las diferenciaciones se dejan ver en la parte lateral con el buen recurso decorativo de unos tapacubos coloreados, en conjunción o en contraste con la carrocería, y un montante central, que no llega a conectar con el techo, y deja un espacio limpio acristalado que dota a la zona de un perfil de aleta de tiburón.
Por detrás, el portón y los spoilers, con unos pilotos que muerden parte de la zona lateral sellan la personalidad acusada de este modelo. Para empezar por el interior, hay que hacer mención primero a alguna que otra dificultad de acceso, acentuadas, sobre todo, en la fila trasera, pero, una vez instalados, no se percibe ninguna sensación claustrofóbica, pues la separación entre hileras está bien medida y la capacidad de estos asientos deja espacio sobrante para dos adultos y un pequeño.
El habitáculo recoge aciertos del C3 como ese recurso de la guantera (grande) remetida para ganar unos cinco centímetros de profundidad al asiento delantero del pasajero, que vienen muy bien para viajeros de alta estatura. Por lo demás, el lacado del salpicadero en un color similar al de la carrocería, los tres relojes, un volante de circunferencia pequeña, achatado en la parte inferior, y un pomo de palanca propio del modelo son componentes exclusivos del coche y algo más que sutiles guiños a los resabios deportivos.
Los asientos se ajustan bastante bien a la envergadura de conductor y acompañantes. Fijan de forma óptima la osamenta de los viajeros y el recogimiento dorsal y lumbar está lo suficientemente conseguido como para rodar por curvas y vericuetos sujeto a banqueta y respaldo. Un problema reside en el alto grosor de las columnas delanteras que unen el habitáculo con el capó, que recortan bastante el grado de visión lateral delantera durante la conducción, lo mismo que unas pequeñas ventanillas en la fila trasera, que también penalizan la profundidad de campo visual cuando se trata de maniobrar hacia atrás.
La prueba se ha efectuado sobre el motor diesel de acceso a la gama, es decir el 1.6 HDI de 90 CV, con culata de ocho válvulas, que tiene como elementos destacables un refinamiento bien logrado en connivencia con prestaciones gratificantes, pues en aceleraciones y recuperaciones el comportamiento es accesible a una buena nota. Por concretar, el coche se deja llevar con alguna suficiencia en regímenes medios tirando a bajos. Así, desde las 1.500 revoluciones, aunque el primer toque de acelerador apenas deja sentir una entrega de par motor, inmediatamente se produce una reacción que ya en las 2.000 revoluciones responde con plenas garantías.
Este motor, por ahora, se asocia a una caja manual de cinco velocidades, bien proporcionada en la recogida de revoluciones y con el escalonamiento adecuado para aprovechar al máximo la subida de vueltas. En cuanto a consumo, una optimización del coeficiente aerodinámico respecto del C3, ayuda a una mayor contención del gasto. En prueba se ha dejado un promedio de 6,5 litros cada cien kilómetros, un registro muy logrado y competitivo.
La rebaja del chasis, el mismo que el del C3, junto a unos trenes rodantes adaptados a las especiales características y la readaptación de su flexibilidad y amortiguación a esta generación DS, configuran una dinámica y una rodadura previsible en todo momento y con total ausencia de balanceos. Las suspensiones son algo bruscas, pero terminan filtrando muy bien y sin exceso de rebote en la circulación por carreteras de firme irregular y poco cuidado.
La dirección tiene ese punto adecuado de eficacia para tomar con total tranquilidad curvas por muy cerradas que sean sin estridencias por parte de los trenes. En los frenos se deja sentir un tacto esponjoso que retarda algo la detención del coche.
El precio de la versión probada se equipara al de su competencia más directa, poca, pero con atractivos indudables. Citroën compite en este caso desde la perspectiva de una marca generalista que busca una proyección premium con estas siglas, frente a dos marcas firmemente asentadas en ese concepto de coche.
Romper ataduras en este caso no es tarea fácil. Tiene ahora con el DS3 un modelo con hechuras para lograrlo, pero su origen de marca generalista puede mediatizar los indudables méritos de un modelo que ha nacido para gustar, como sus rivales más directos.
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