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El Insignia Country Tourer es el resultado y en su nombre ya lleva un buen resumen de sus condiciones. Country, campo, Tourer, la acepción que la marca alemana otorga a sus berlinas de rango, léase carrocería, familiar.
Es decir, esta variante, como sucede con otra porción de marcas, se ha inclinado para la opción aventurera y de ocio por una carrocería familiar, más acorde para lo que se pretende sugerir, que una de tipo sedán.
Hay que vestirlo para la ocasión y en ello Opel no se desmarca de lo que es habitual en el resto de la oferta actualmente en el mercado. Elementos identificativos externos Country Tourer son los marcados pasos de rueda, los faros delanteros tintados, revestidos en su perímetro de cromados y con una bien resuelta imagen de ala en las luces de día LED, junto a pilotos que adoptan formas distintas a los de las versiones convencionales. Coche de campo implica músculo y éste se encuentra en las potentes defensas delantera y trasera.
No es muy visible por su muy limitado añadido, la altura libre del suelo de más, de sólo dos centímetros, pero Opel ha optado que las propiedades específicas del Insgnia Tourer para circular por caminos de tierra encuentren su seguridad en los bajos. De este modo, aplica un panel protector en acero de alta resistencia debajo del compartimento del motor, extensivo a la parte trasera, ahí, flanqueando la salida de escape.
Buena parte de la esencia de una versión campera en berlinas de este tipo se encierra en la tracción integral 4x4 que, en el caso de este Insignia Country Tourer, incorpora un embrague tipo Haldex controlado electrónicamente, junto a un diferencial autoblocante, que, en combinación, son la base de la buena tracción que demuestra sobre superficies deslizantes.
El sistema opera continuamente en función de las condiciones del pavimento y está capacitado para distribuir el reparto de par del 0 % al 100 % entre los ejes delantero y trasero y, llegado el caso, entre las dos ruedas traseras.
Este esquema se completa con el sistema de chasis, propio de Opel, Flex Ride, y sus tres modos de conducción (Confort, Normal y Sport). En este contexto, los sensores del sistema de tracción integral aportan información sobre el grado de inclinación del coche, la aceleración, el ángulo de la dirección, la velocidad de giro de las ruedas, la posición del pedal del acelerador, el régimen de revoluciones y la distribución de potencias entre ejes.
Con este escenario tecnológico y mecánico, el Insignia Country Tourer no solo argumenta, sino que concreta, un excelente comportamiento en asfalto y en caminos forestales, sin desmerecer nada en superficies mojadas, sobre todo en esas lluvias primaverales, cuyas primeras aguas conforman ese barrillo sumamente deslizante sobre el asfalto. A este coche le sobra instrumentación para ofrecer al puesto de conducción una magnífica sensación de agarre en esas condiciones excepcionales de rodadura.
El Opel Insgnia Tourer probado ha sido el de menor potencia, concretamente el de 163 CV, pues convive con otro del mismo motor diesel 2.0 CDTI, pero que, gracias al concurso de un doble turbo, entrega 195 CV.
De primeras, este registro de 163 CV aparece como ajustado a los condicionante estructurales de un coche que, conviene no olvidar aporta un registro de peso importante (el fabricante homologa 1.843 kilogramos). No se pueden pretender reacciones deportivas, porque, sencillamente, no las concede. Es más, se puede apreciar una leve, pero cierta insuficiencia en las aceleraciones desde salida parada.
El motor facilita, en cambio, recuperaciones mucho más interesante, pero con la condición de llevar la aguja del cuentavueltas por encima de las 1.800 revoluciones por minuto.
Es un propulsor fiable, siempre y cuando, se tengan en cuenta esas limitaciones que impone la masa, pero en el apartado de confort baja la nota por su alto ruido y refinamiento poco cuidado. No es de extrañar que el fabricante de Russelheim enfatice la aventura de futuro en una nueva generación de motores en los que ponga sordina a estos condicionantes que hoy suponen una rémora de aceptación entre la clientela.
Un simple vistazo al número deja en buen lugar el apartado del consumo. Siete litros a los cien kilómetros en la prueba, teniendo en cuenta que ésta se ha desarrollado, casi toda, en carretera y en condiciones de carga mínimas, sin uso abusivo del aire acondicionado, es decir, escenario muy favorable. Cabe pensar que en circunstancias menos halagüeñas el dígito de gasto se dispare, máxime con el matiz del peso y de la tracción integral, factores agravantes en este campo.
La versión de menor potencia se asocia a una caja manual de seis velocidades (la de mayor lo hace a una automática del mismo número de relaciones) que tiene un amplio desarrollo incluso en las más bajas y donde la sexta ofrece todavía un margen de empujón.
Muy buena impresión causa el interior, fundamentalmente, por la comodidad para el pasaje en unos asientos regulados de forma ideal en longitud y altura, así como en las dimensiones de banqueta y respaldo, hasta el punto que pueden calificarse de los más confortables en una berlina de este tipo. No le va a la zaga el valor que tienen en cuanto a agarre de la zona lumbar, ni tampoco la adecuada distancia de separación de filas entre asientos.
Opel sigue pecando, sin embargo, aunque ha simplificado algo, de una excesiva botonadura, alguna más inaccesible que otra, incluso desde la perspectiva de la ergonomía manual. Incide bastante en alguna que otra indeseada distracción.
La parte práctica hay que buscarla, y se encuentra, en el maletero; en primer lugar, por su capacidad, propia de una berlina viajera y familiar como es esta; en segundo, por su arquitectura sin espacios muertos que resten colocación a pequeños objetos; y, para terminar, en un solo paquete, la accesibilidad por la boca de carga y los anclajes para asegurarla sin desplazamientos que desperdiguen el contenido de bolsas. El contrapunto: falta la rueda de repuesto, accesible mediante precio aparte, lo mismo que una excesiva profundidad que obliga a estirarse más de lo deseado para acceder a los objetos del fondo.
Un punto fuerte, más que evidente, del Country Tourer, está en su dinámica. Ya se ha anticipado algo de su poderío y de la excelente impresión de seguridad y aplomo que causa desde el puesto de conducción. Pese a su larga longitud (casi cinco metros) entra de forma siempre predecible en curva y sale de la misma con idéntica solvencia.
La dirección corresponde a esas buenas impresiones con la respuesta precisa a cada movimiento del volante y con la resistencia justa. Los frenos se comportan de la manera esperada y paran en la suficiente distancia, al tiempo que son resistentes a la fatiga, sobre todo en la zona arenosa, donde se demanda más su concurso.
La parte económica del precio queda muy bien en el sólo apartado numérico. Son coches caros de concepción y por ese concurso siempre oneroso de la tracción integral. Ante eso, Opel pone un número muy bajo ante una competencia, sobre todo, definida en las versiones homólogas de marcas premium, pero como punto de partida, aún así, es caro y para clientela selecta. Se hace menos comprensible algunos detalles de confección de equipamientos y carencias que no son concebibles a estos precios, como el recogimiento electrónico de los retrovisores, por ejemplo.
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