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Pruebas Prueba del Lancia Delta 1.8 DI Turbo Jet: rancio abolengo.
Marcas como Lancia pueden pasar por vicisitudes negativas de mercado, pero su presencia como firma automovilística con clase se mantiene incólume, aún en las peores circunstancias. Es la seña de identidad de esa aristocracia de rancio abolengo que, cuanto más rancio, mejor.
Tras unos años despegada de los mercados con una oferta contenida y limitada, la marca italiana que simboliza el lujo en el Grupo Fiat retorna a los postulados comerciales con la resurrección del Delta, un compacto que en su nueva dimensión, rompe con muchas tendencia de diseño en este segmento que, por lo reiterativo, llegan a aburrir.
Nada más lejos del aburrimiento que mirar un Delta. Ese capó largo, el frontal inspirado en la berlina Thesis, los faros en punta de flecha, la calandra de dimensiones contenidas, una línea de cintura alta y gran superficie acristalada, la visible longitud entre el último pilar y la trasera, los pilotos LED en posición vertical alargada y muy incrustados en el lateral, son recursos arquitectónicos en este coche sabiamente combinados y con la impronta de la inspiración italiana.
No escapa tampoco a la vista una redimensión de cotas lo suficientemente profunda como para dudar sobre el posicionamiento del Delta, pues muy bien podrá encuadrarse en un segmento superior.
En definitiva, este nuevo Delta poco o nada tiene que ver con aquel predecesor que encandiló a muchos conductores a finales de los ochenta y principios de los noventa con el imán de los cinco títulos mundiales en la especialidad de rallys.
La gama de lanzamiento del Lancia Delta jugó criterios conservadores. Quedó claro un guiño dominante de esa clase que rezuma la marca con criterios de confort acentuados por encima de prestaciones más radicales, que también están acorde con su filosofía.
Buena parte de esa carencia ha quedado superada con la reciente comercialización de una versión con motor de gasolina de 1.8 litros, turboalimentado, y capaz de entregar 200 CV, asociado a una caja automática/secuencial de seis velocidades, inscrita en el concepto Sportronic, para disipar cualquier duda sobre las pretensiones de esta versión.
Y como la cuestión se mueve en elementos distintivos, el motor se apunta al concepto tecnológico "Scavenging", basado en optimizar el par a bajos regímenes sin perder capacidad de respuesta. Un concepto teórico que, desde luego, se cumple plenamente en la práctica.
El sistema, a grandes rasgos, consiste en una centralita de control que dispone de un software que controla dispositivos como la dosificación de la mezcla, la posición de los dos variadores de fase, el avance del encendido y la inyección, para que una entrega máxima de par motor, por ejemplo, a 1.400 revoluciones, sea un 70% superior a la de un bloque turboalimentado convencional.
La creación, obra de Fiat Powertrain, se beneficia de un sistema de inyección directa de segunda generación y un nuevo turbocompresor unido a un colector de descarga calificado de "convertidor de impulsos", que añaden el efecto benéfico de un moderado consumo, aunque luego en la práctica no sea tanto, así como un control de emisiones.
En la conducción, el motor transmite impresiones solemnes. La capacidad de respuesta desde muy abajo es genial. Se circula en todo momento con una sensación de potencia sobrante y, lo que es mejor, sin renunciar a un ápice de confort de marcha.
Esa polivalencia de regímenes de giro hacen de esta versión del Delta un vehículo para transitar por el medio urbano en bajos registros sin el más mínimo ahogo. El comportamiento en carretera tampoco desdice el trabajo de los ingenieros y se sujeta maravillosamente a los requerimientos del pedal del acelerador, pero, y se reitera, con total convencimiento de una respuesta adecuada a cada circunstancia de la ruta.
El complemento con la caja de velocidades se acompasa a las gratificantes prestaciones del motor. En modo plenamente automático los cambios se ejecutan con bastante suavidad, aunque también, en presiones más radicales sobre el acelerador deja escapar algún molesto tirón. La forma secuencial tiene el mérito de dejar mucha discrecionalidad a las preferencias del conducto. Para este modo se ayuda de dos levas instaladas detrás de los radios centrales del volante.
Se ha anticipado ya algo del consumo. El fabricante homologa 7,8 litros cada cien kilómetros. En las condiciones más irregulares de una conducción estándar, el ordenador de a bordo dio una media de 10,7 litros, bastante por encima del registro oficial, y eso que la prueba se desarrolló mayoritariamente en carretera y a velocidades muy ajustadas al máximo legal. En seguimiento del consumo instantáneo por el ordenador los registros, muy rara vez, bajaban de los siete litros.
La dinámica del coche es otro portento por su noble comportamiento en cualquier circunstancia. Bien es cierto que vuelve a haber complicidad tecnológica en forma de una suspensión electrónica de amortiguación variable que controla este elemento en tiempo real, lo que se traduce en una ausencia total de balanceos.
La dirección puede pecar de un leve exceso de sensibilidad, pero es fácilmente corregible en cuanto se familiariza uno con el tacto. Cumplida esta tarea sabe llevar el coche plenamente adaptado a los movimientos de volante. La frenada es eficaz, sin más, aunque los pedales de accionamiento dejan un poso de esponjosidad molesta.
La clase de Lancia tiene su mejor demostración en un interior en el que al momento se percibe una excelente calidad de componentes y un acabado y terminaciones de primer nivel.
Los asientos son muy cómodos, amplios en banqueta y respaldo, pero con la propiedad añadida de recoger y asentar firmemente el cuerpo. En el acceso a la instrumentación, está la de cal, con una buena visión de los relojes, pero una muy mala y, por tanto, inductora de confusiones, y la de arena, con algunos testigos, como el de las intermitencias, muy pequeños y difíciles de ver, con lo que se pierde algún tiempo en comprobar si hay accionamiento de estas luces, todavía muy importantes.
No faltan elementos prácticos y los asientos traseros son corredizos para ganar capacidad de carga en el maletero. La vida a bordo es placentera por la ganancia en longitud y distancia entre ejes del nuevo Delta, que facilitan una significativa separación entre filas de asientos.
Con el precio, Lancia juega sus bazas de exclusividad, de ahí que pueda parecer un tanto subido en esta versión, pero el confort de a bordo y las magníficas prestaciones del motor, aunque el equipamiento de serie esté algo escaso, le acercan bastante al concepto de tarifa justa.
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